Hoy, hace 50 años Emelec se coronó campeón invicto
- cs-emelec
- 27 dic 2015
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No solo los seguidores de Emelec sino todos los que gustamos del buen fútbol recordamos con nostalgia aquel gran equipo millonario de 1965, con el que logró la corona nacional sin perder un solo partido y empatando dos, con un gol diferencia de más 11. Su delantera marcó 17 tantos y únicamente recibió 6 en ocho partidos.
Aquel plantel era conducido por directivos que dejaron a su paso un gran recuerdo: Otón Chávez, Antonio Briz, Mauro Intriago, Munir Dassum y Elías Wated. En la cancha estaba el técnico que más recuerdan los emelecistas que no han perdido la memoria ni prestan atención a los ‘periodistas’ que luchan por destruir la historia: don Fernando Paternoster.
El gran maestro perteneció a un tiempo en que los entrenadores (se llamaban así) llegaban solos, sin ayudantes de campo (a veces son hermanos del técnico y no han jugado ni carnaval), preparadores de arqueros, preparadores físicos, espías, podólogos que tratan los juanetes y uñeros de los jugadores, asistentes médicos y psicólogos que más parecen mentalistas del tipo Walter Mercado. Toda una tropa extranjera que agota los presupuestos, pero que es imprescindible según los sabios futboleros que inundan las emisoras y las cadenas de televisión y cuya ‘intelectualidad’ se reduce el buen manejo de sus teléfonos celulares.
Emelec tuvo históricamente predilección por el fútbol rioplatense desde los tiempos de Enrique Baquerizo Valenzuela, quien trajo al primer argentino en nuestro balompié: Omar Cáceres, un interior derecho (1947). Sus entrenadores fueron argentinos -Óscar Sabransky, el primero, en 1949-. Una sola vez salió de la línea con el chileno Renato Panay, quien llegó en 1954 y regresó dos años más tarde para hacer a Emelec campeón en el certamen de Asoguayas, el primero de los eléctricos en el profesionalismo.
En 1962, ante la renuncia de su exjugador Mariano Larraz, empezaron a buscar un técnico y repararon en que Fernando Paternoster Gianmateo se hallaba libre en Colombia, país en el que había iniciado su carrera como adiestrador en 1937. Bastaba ver su hoja de vida para entusiasmarse. Había sido subcampeón en los Juegos Olímpicos de 1928 y el Mundial 1930 jugando para el combinado albiceleste.
Había dirigido a la selección de Colombia y a los equipos Municipal (más tarde Millonarios), América de Cali y Atlético Nacional. Bien vale recordar que Paternoster llegó por primera vez a Guayaquil en 1954, con el Atlético para enfrentar al inolvidable equipo del Batallón Cayambe, una noche en el estadio Capwell cuando Mario Saeteros marcó un golazo para la victoria de los militares criollos ante los de Medellín.
Emelec pasaba por un gran momento con futbolistas de excelente técnica cuando el maestro arribó en mayo de 1962. Tenía 59 años y con el plantel que encontró fue campeón de Guayaquil. En 1963 armó el llamado Ballet Azul de Paternoster, cuyo recuerdo cimero se halla en aquella famosa línea de Los Cinco Reyes Magos que integraron José Vicente Balseca, Jorge Bolaños, Carlos Raffo, Enrique Raymondi y Roberto Pibe Ortega como la formación más famosa, pero en la que también jugaron Galo Pulido, Manuel Chamo Flores, Horacio Reymundo y Clemente de la Torre. En 1964 volvió a ser monarca de Asoguayas y se preparó para lo que sería el cuadro más brillante de la era del Marqués Paternoster.
Estaban en el arco el paraguayo Ramón Candado Mageregger, el primer mundialista que jugó en nuestro medio. En 1958, en Suecia debutó, con la albirroja contra Francia. Alternaba con otro gran portero nacional que había llegado del Panamá: Manolo Ordeñana. Como laterales derechos estaban Felipe Landázuri –al que ficharon de Aduana– y el uruguayo José Romanelly, que procedía del Deportivo Quito. En el centro de la zaga formaban Carlos Maridueña, salido de los juveniles, y el paraguayo Lucio Calonga, fichado esa temporada del Huracán de Buenos Aires, y además con paso notable por la selección de su país.
Los otros laterales eran Felipe Mina y mi compañero de escuela Juanito Moscol, los dos producto de la cantera juvenil del club. El medio campo dejó un recuerdo imborrable. Lo integraban el argentino Henry Magri, con antecedentes en River Plate y Estudiantes de La Plata, y Carlos Pineda, quien llegó en 1962 como interior derecho desde el Panamá, pero que Paternoster convirtió en volante. Eran pura finura, puro toque y conocían todos los secretos del fútbol estilizado y elegante.
Para la delantera Emelec tenía jugadores de todos los estilos y todas las variaciones del talento. Por la derecha Jaime Delgado Mena, adquirido al Juventud Italiana, de Manta; y el legendario Loco Balseca. Para la conducción tenía a ese prodigio que se llamó Jorge Pibe de Oro Bolaños. En el centro del ataque a una ráfaga huracanada llamada Bolívar Filtrador Merizalde, quien alternaba con el guaraní Avelino Guillén. Como entrealas zurdos Enrique Maestrito Raymondi, quien conservaba sus virtudes goleadoras, y uno de los más inteligentes productores de buen fútbol: Galo Pulido.
En la punta zurda alineaba el argentino Hugo Lencina, venido del Patria para alternar con De la Torre. También formaron ese equipo Cruz Alberto Ávila y el paraguayo Críspulo Silva.
Cuando Bolaños sufrió una seria lesión Paternoster no dudó en su reemplazo: Pulido, quien llevó el peso de la campaña. Al retorno del Pibe de Oro don Fernando optó por poner juntos a los dos magos del balón. Los críticos consideraron que era una locura alinear a dos futbolistas de las mismas características. “¡Van a chocar!”, “Eso no tiene ni pies ni cabeza”!, gritaban en las radios. Fue un gran acierto. Los que vivimos la era del estadio Modelo presenciamos una de las mejores funciones provocadas por la inteligencia y la habilidad de los dos jóvenes guayaquileños.
El 26 de diciembre de 1965, a falta de una fecha para terminar el campeonato nacional, Emelec se alzó con el título de modo invicto al vencer a Liga de Quito 2-0, con goles de Guillén y Moscol. En la última jornada los azules ratificaron su supremacía al derrotar a El Nacional en el Olímpico Atahualpa 3-2




















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